Estimados amigos, quiero compartir con ustedes este segmento que recién incorporo al Portal Bohemio, a través del cual publicaré periódicamente obras escogidas de escritores, poetas y pintores salvadoreños. Así mismo, incluiremos relatos y narraciones de mitos y leyendas de costumbres y tradiciones salvadoreñas, todo lo cual espero que sea de su agrado.
Chogui.
Ascensión ! (Alfredo Espino)
¡Dos alas!....... ¡Quien tuviera dos alas para el vuelo!...
Esta tarde en la cumbre casi las he tenido,
¡Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
Que si no fuera un mar, bien seria otro cielo!......
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores,
¡Que pequeños los hombres!..No llegan los rumores,
De allá abajo, del cieno, ni el grito horripilante,
Con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
De las malas pasiones….lo rastrero no sube,
Esta cumbre es el reino del pájaro y la nube….
Aquí he visto una cosa, muy más dulce y extraña,
Como es la de haber visto llorando una montaña,
El agua brota lenta, y en su remanso brilla
La luz, un ternerito viene, y luego se arrodilla
Al borde del estanque, y al doblar la testuz,
Por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz…
Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,
Como si una tormenta rodara por la cuesta,
Animales que vienen con una fiebre extraña
A beberse las lagrimas que llora la montaña.
Va llegando la noche, ya no se mira el mar,
Y que asco y que tristeza comenzar a bajar.
¡Quien tuviera dos alas, dos alas por el vuelo!
Esta tarde en la cumbre, casi las he tenido,
Con el loco deseo de haberlas extendido
Sobre aquel mar dormido que parecía un cielo!
Un rio entre verdores se pierde a mis espaldas
Como un hilo de plata que enhebra esmeraldas.
Alfredo Espino.
Nació en Ahuachapán, ciudad ubicada al occidente del país, el 8 de enero de 1900, y murió en San Salvador el 24 de mayo de 1928.
Desde 1909 hasta 1914 realizó sus primeros estudios en la casa familiar y en el Liceo Santaneco, dirigido por Salvador Vides. En 1915, la familia se traslada a San Salvador. Testimonios de amigos y familiares recuerdan al adolescente modesto y sencillo, de temperamento apacible y hasta retraído, fino humorista en la intimidad y poseedor de una pasmosa memoria, que le permitía repetir verbalmente libros completos.
Además, en secuencia de la tradición familiar, escribía versos, los que mostraba a sus parientes cercanos, cuyas reacciones favorables le producían estados de timidez tales, que se pasaba días enteros escondido en los rincones de la casa.
Se inclinó desde muy joven también por el cultivo de la música, la pintura, la caricatura, el cuento de hadas y la redacción de sainetes -uno de los cuales fue escenificado en San Salvador, en agosto de 1928, por la Escuela de Declamación y Prácticas Escénicas, dirigida por Gerardo de Nieva-.
Miembro del grupo de intelectuales conocido como La peña literaria, fue amigo de jóvenes escritores como Salarrué, Claudia Lars, Quino Caso, Julio Enrique Ávila, Francisco Miranda Ruano, Lilian Serpas, Juan Ulloa y otros más, todos miembros de la pujante y renovadora intelectualidad salvadoreña de ese momento.
Fue colaborador de las publicaciones periódicas Lumen, Opinión estudiantil -órgano universitario del que fue también secretario- y Jueves de Excélsior (México), al igual que de los periódicos nacionales La Prensa, Diario Latino, Queremos, Patria y Diario del Salvador.
En 1920 se inscribió en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador -localizada por entonces en el costado poniente de la Catedral Metropolitana- y tomó parte en una revuelta estudiantil para evitar el alza en los precios de los pasajes de tranvía, incidente en el que muchos de estos aparatos resultaron incendiados por cócteles Molotov.
Se doctoró en la mañana del sábado 12 de marzo de 1927, cuando defendió en el ahora desaparecido Paraninfo una tesis titulada Sociología Estética, publicada un mes más tarde, por entregas, en la revista capitalina Pareceres. Con Casimiro Orellana, uno de sus compañeros de carrera, abrieron un bufete en la ciudad capital, el cual resultó ser un negocio de pocas rentas, debido a la negativa de sus fundadores para cobrar tarifas altas y menos a personas de escasos recursos.
En su casa, estudios, trabajo y en sus reuniones, siempre fue visto ataviado con sus trajes completos y con sus lentes redondos, al estilo de los del actor estadounidense Harold Lloyd, una de las grandes estrellas del cine mudo de las primeras décadas del siglo XX.
En los últimos años de su vida, la negativa de su padre y madre para consentir su casamiento con ciertas jóvenes lo condujo a constantes desequilibrios emocionales y amorosos. Para mitigarlos, se entregó a largos ratos de bohemia, que lo llevaban a realizar extensas visitas a bares y prostíbulos de la capital salvadoreña.
Esta situación aceleró su muerte a una edad temprana, cuando ya había explotado su enorme caudal de inspiración poética.
Fue durante una de estas crisis emocionales que él mismo puso fin a su vida, en la madrugada del jueves 24 de mayo de 1928, en su cuarto de la casa familiar, ubicada en el costado norte del Cuartel de Infantería (ahora Mercado ExCuartel), en el centro de la capital salvadoreña.
Sepultados primero en el Cementerio General capitalino -donde los discursos de estilo corrieron a cargo del doctor y escritor Julio Enrique Ávila y los entonces bachilleres Manuel F. Chavarría y Rafael Vásquez-, desde hace unos años los restos de Espino fueron trasladados a la Cripta de los Poetas, en el camposanto privado Jardines del Recuerdo, al sur de la ciudad de San Salvador.
Gran parte de su obra literaria ha sido compilada en el libro “Jícaras Tristes”. Supo cautivar el corazón y el alma del pueblo con sus delicados y tiernos poemas, en los cuales capta la esencia de la sencillez y belleza natural del paisaje de la campiña salvadoreña.
Sus versos realzan lo cotidiano pero al mismo tiempo extraordinario acontecer del campo, del valle, la montaña, los ríos, el rancho y el campesino.
Transportan el hombre de la ciudad hacia los bellos, reconfortantes y puros paisajes de los bosques, las aves, los tranquilos atardeceres; al mismo tiempo reafirma al hombre del campo dentro de su entorno plagado de belleza pura y natural.