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martes, 20 de marzo de 2012

DECISION

                                                                                 DECISION.
Luceros de la noche,
Heraldos del amor,
No dejen que la noche desfallezca,
Cuando en el horizonte amanezca.

El manto de la noche nos cobija,
En nuestra odisea de amor,
Disfrutando plenamente cada instante,
Como deseo del condenado que antecede al dolor.

Encadénate a mis brazos,
Aférrate a mi amor,
Prolonguemos el tiempo y las horas,
De esta noche de ilusión.
 Exploraré con vehemencia tus montañas,
Cabalgaré con delirio tu furor,
Deja que fluya el fuego de tus entrañas,
Para que alimente el calor de este amor.

Si te marchas mañana será por vanidad,
Regresarás al hastío y la soledad,
De tu jaula de oro y suntuosidad,
Sutil mascarada de una insulsa comodidad.

Si te quedas conmigo no tendrás,
Lujos, viajes ni abrigos de visón,
Simplemente te ofrezco por completo mi corazón,
 Y todo el calor que te brinde mi pasión.

Luceros de la noche,
Heraldos del amor,
Prolonguen el tiempo y las horas,
De esta noche de ilusión.
  Chogüi

domingo, 4 de marzo de 2012

CUENTOS Y NARRACIONES.

                                                                       
                  LOS RELATOS DE MI ABUELA.
Mi abuela, que por cierto tenía un nombre raro y singular, -Egdomilia – pero para simplificar todos sus hijos y nietos cariñosamente le llamábamos Mamá Mila, y –Niña Mila- todos sus conocidos, fue una mujer afable, social, entusiasta y optimista; de un gran carisma y de carácter serio y fuerte cuando era necesario.

Sabia mucho de la vida desde distintos puntos de vista, ya que disfrutó de las delicias de una época de bonanza económica durante su niñez y juventud, y también de las dificultades y problemas que le tocó enfrentar en su edad adulta cuando su situación económica entró en grave crisis a consecuencia de la ambición de algunos familiares que prácticamente le despojaron de la herencia que sus padres le habían dejado y por derecho propio le correspondía.

Pues bien, poseía un alto espíritu aventurero, de investigación y alto sentido de curiosidad, todo lo cual le permitió adquirir un gran bagaje de experiencia y conocimientos, incluyendo toda aquella narrativa popular que conforman los relatos relacionados a leyendas, mitos, cuentos, costumbres y tradiciones culturales de nuestros antepasados.

Recuerdo que era costumbre que todos en la casa cenáramos entre 5.30 a 6.00 p.m., en la mesa; y luego alrededor de las 7.00 p.m. de la noche se acomodaba en su mecedora cerca de la puerta de la entrada principal de la casa y todos los cipotes (niños) incluyendo hijos de vecinos  nos sentábamos en el suelo alrededor de ella para escuchar atentamente la narración que nos iba a relatar.
Uno de los relatos que más nos gustaba pero que al mismo tiempo nos asustaba mucho era el de la mujer de la noche, “La Siguanaba”.

“La Sigua”  ó “Siguanaba”, es uno de los personajes de leyenda más populares en el folclore salvadoreño.

-Los eventos contenidos en el siguiente relato ocurrieron, según nos lo contaba mi abuela, en la época de su niñez y fue contado por los lugareños del pueblo donde ella vivió de niña y adolescente.-.

LA SIGUANABA. (La mujer de la noche)


Don Gregorio –Don Goyo- como le llamaban los que le conocían, regresaba una noche a su casa montado en su caballo, luego de haber realizado algunos negocios en el pueblo y haberse tomado un par de tragos con un grupo de amigos. Entre el pueblo y su casa había una distancia de unos diez-once kilómetros aproximadamente. El camino de tierra atravesaba una zona rural de abundante vegetación.
A medio camino había que pasar enfrente del cementerio del pueblo, el cual, considerando la hora y el ambiente neblinoso le daba un aspecto un tanto tétrico.

Don Goyo encendió un cigarro a fin de amortiguar un poco el frio y la soledad que le acompañaba, la cual no iba a durar mucho tiempo.

En su trayecto tendría que atravesar áreas de cultivos, algunas llanuras, un par de riachuelos, en fin, toda una variedad de terrenos; pero iba tranquilo y confiado en su leal caballo y su puro en la boca del cual dejaba ir bocanadas de humo haciendo figuras caprichosas al vaivén del suave y fresco viento que azotaba la campiña. De vez en cuando acariciaba con su mano derecha la pistola que traía envainada al cinturón.

El cielo estaba despejado, con el enorme fondo estrellado que iluminaba tenuemente el camino.
Se disponía a atravesar un pequeño riachuelo cuando su caballo se inquietó y empezó a emitir algunos relinchos nerviosos, negándose a cruzar el rio; al momento don Goyo visualizó una figura femenina apostada sobre la otra orilla del riachuelo, precisamente por donde tenía que pasar; ella de rodillas parecía estar remojándose el cabello.
Por fin logró controlar al caballo y lo obligó a cruzar el rió en dirección donde se encontraba la mujer. A medida se acercaba a ella, pudo distinguir una hermosa figura femenina, cuerpo bien proporcionado, bello rostro, pelo largo negro, el cual le llegaba hasta la cintura y le cubría unos bien proporcionados y sensuales pechos.

Habiendo llegado cerca de ella, se deslumbró con su hermosa figura, cubierta por un sencillo vestido blanco, el cual húmedo como estaba se ajustaba a la anatomía voluptuosa de su cuerpo y se adhería excitantemente a su blanca, o más bien pálida piel.

Don Goyo se sintió atraído por aquella extraña doncella a quien no había visto antes por esos parajes, pero al mismo tiempo sentía un extraño temor y una ola de escalofrío le recorrió el cuerpo de pies a cabeza, recordando los relatos populares sobre la mujer que se aparecía por las noches a los viajeros nocturnos.

No obstante, sin mediar palabra subió a la mujer al caballo atrás de su espalda. La mujer rodeo con sus brazos la cintura de don Goyo, apretándose a su espalda a fin de acomodarse mejor en las ancas del caballo. El noble animal manifestaba un nerviosismo no acostumbrado en el, y su reacción era típica cuando presienten el peligro o alguna situación anormal que los humanos no alcanzan a ver.

Con su bella y misteriosa acompañante, don Goyo continuó su camino tratando de disfrutar del inusual momento que experimentaba tratando de establecer conversación para convencer a la hermosa mujer y así obtener “sus favores”, para lo cual el tupido y boscoso paisaje se prestaba de maravilla.

Luego de recorrer una corta distancia y atravesando una zona rodeada de espesa vegetación, concentrado en sus pensamientos, su caballo comenzó a relinchar bruscamente y encabritándose en dos patas dió inicio a una carrera desesperada, instantáneamente, don Goyo sintió que una repentina ola de escalofrío le recorrió todo el cuerpo, simultáneamente el abrazo de su acompañante se hacia cada vez más fuerte y comenzó a sentir que las uñas de la mujer penetraban en su piel  como si fueran afilados cuchillos.Intento librarse del abrazo; en el forcejeo pudo observar que aquellas uñas habían crecido desmesuradamente y adoptado un color negro que les imprimían un aspecto escalofriante. El cabello de la siniestra mujer había crecido aún más y casi lo envolvía por completo enredándose en su cuerpo. La piel  había comenzado a deteriorarse, arrugandose como el de una anciana. Sus senos otrora hermosos y sensuales ahora lucían exageradamente grandes, flácidos, le llegaban casi a la cintura. Fue durante el forcejeo que tenía con la tenebrosa mujer cuando pudo observarle el rostro: era una faz decrepita, ojos saltados y encendidos como dos brazas, la nariz deforme y una horrible boca que dejaba entrever una dentadura incompleta y que dejaba salir un nauseabundo olor. Don Goyo sentía que aquel macabro rostro se le acercaba cada vez más con la intensión de besarlo, al mismo tiempo que emitía una escalofriante carcajada. El caballo aceleraba su paso por aquel camino iluminado solo por la luna y las estrellas.

Don Goyo no pudo más, aquello era demasiado aun para su temple de hombre rudo acostumbrado a las tareas del campo, sintió que se desvanecía, su cuerpo se aflojó por completo; todo se oscureció.

Cerca de las seis de la mañana, un grupo de campesinos se dirigían a realizar sus labores agrícolas cuando de pronto vieron venir hacia ellos un hombre que aparentemente estaba ebrio, ya que caminaba tambaleándose de un lado a otro y presentaba un aspecto bastante demacrado, despeinado, la ropa sucia, rota.

Cuando los campesinos se acercaron a él, lo reconocieron y le preguntaron que le había pasado; sin embargo, inmediatamente se dieron cuenta que su condición era delicada, que tenía fiebre, sus ojos proyectaban una mirada fija, perdida, desorbitada; parecía hipnotizado, balbuceaba frases sin sentido, únicamente se le alcanzaba a entender una frase entrecortada: “Sigua…..”, “Sigua…., “Sigua…..”!

Los campesinos lo recogieron y lo trasladaron a su casa donde fue atendido por su familia.

Cuentan los ancianos de la época, que después de ese incidente, don Goyo ya no volvió a ser el mismo. Solía pasar gran parte del tiempo en una mecedora en el portal de su casa con la mirada fija, perdida en el espacio. Evitaba realizar viajes por la noche. Se alejo mucho de sus actividades rutinarias, de la actividad del campo, y solamente con la gente de su confianza platicaba y comentaba algo incoherente lo que le sucedió aquella noche. En ocasiones, según cuentan sus allegados más íntimos, en noches de luna, no se asomaba ni a la ventana, e incomprensiblemente empezaba a balbucear: “Sigua….., “Sigua……,” “Sigua……”!
FIN.
La Siguanaba (La Mujer de la noche)..
Deambulaba por las noches entre los ríos y quebradas, y se aparece a los hombres que por una u otra causa trasnochan.

Adaptado por Chogüde un relato tradicional salvadoreño, según nos lo contaba mi abuela Mila  (Q.D.D.G.)

                                                  
                  Mi abuela Mila
              A pesar del tiempo transcurrido, te llevo en mi corazón.